John Phillipe Mortimer caminaba impulsado por sus hombros o eso decían. Aparentemente el movimiento que dotaba de movilidad su cuerpo, el movimiento de sus extremidades inferiores, no estaba motorizado por el acto aprendido de mover una pierna y después la otra flexionando oportunamente la rodilla hasta lograr los ángulos adecuados en los momentos adecuados. Aparentemente el movimiento venía explicado por la explosiva e inexplicada reacción de un miembro ante la acción de otro o de parte de otro, el hombro del lado opuesto. Cada brusco movimiento de un hombro no solo podía encontrar un movimiento análogo de la otra pierna sino que la correlación no dejaba lugar a dudas. No podía ser de otra manera.
John Phillipe Mortiner, la atención puesta en su peculiar forma de mover los hombros, que no andar, cruzaba la calle. En sus casas decenas de personas escondidas tras sendos amarillentos visillos ... sendos menos uno que todavía parecía blando, debería decir. Decenas de personas poseedoras de veintenas de ojos que se encontraban clavados en John mientras su dueño se preguntaba si sería capaz de hacerlo.
Quedaban escasos metros, tres o cuatro hombro-zancadas, calculaban, y no habría marcha atrás. Quedaba ya tan solo un metro y John Phillipe no había parado. El mundo, ignorante, se preparaban a recibir la mayor cantidad de retuits de la historia o quizás era solo el telegrafista el que mandaría un cable a Michigan. No se sabe ni se sabrá pues justo en ese momento un rayo cegó a todos y cuando, décimas de segundo después, pudieron recuperar la visión, en el lugar donde antes se encontraba Mr. Mortimer solo podían verse alguna ceniza y terreno chamuscado.
Todos coincidieron. Al final John Philippe había encontrado, otra vez, una excusa para no afrontar su obligación. ¡¡¡Qué le gustaba una excusa!!!.
Un saludo, Domingo.
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