Caía y caía. No sabía hacer otra cosa. No sabía muy bien cómo pero nació. Nació sin que nadie se cuestionara si debía tener o no derecho a nacer, si el derecho era suyo o de la madre ... naturaleza. Nació sin controversia, sin ruido, sin tristezas pero también sin alegría. Nació de una forma mecánica como moléculas de agua que se sienten atraídas entre sí y se unen en algo que se diferencia poco a una orgía con átomos que lo mismo se enredan de forma impúdica que se afanan a sutiles tocamientos con más cariño que contacto.
Después de nacer, creció. Yo creo que fue la variedad de amores lo que causó que alguna otra molécula descarriada fuera a buscar cobijo allí donde todos son iguales independientemente de su raza, protio, deuterio o tritio. Aunque quizás el secreto de su éxito pudo ser en algún momento el causante de una escisión en al menos un par de grupos de aficiones similares. Ella misma ignoraba cuántas veces ella, una y trina, gota, grupo y gotas se había dedicado dinámicamente a unirse o desunirse a nivel macroscópico. Ni hablar pues de las reacciones internas.
En cualquier caso, eso ya poco importaba. Notaba ya la presión atmosférica que mi calva, ayudada por un cuerpo que lo sustenta, nota cuando pasea por la playa en un día poco anticiclónico y llevaba una velocidad de crucero de entre 8 y 32 kilómetros por hora. La gota recordaba algo de sus clases de física, 72 km/h son 20 m/s, y de ahí era fácil deducir que 36 km/h = 10 m/s, 18 km/h = 5 m/s y 9 km/h = 2,5 m/s. Era fácil colegir que el impacto era inminente tanto que no le dio tiempo a pensar más. En menos de un segundo probó algo que no esperaba, el sabor a sal.Cloruro de sodio que se había incorporado a la fiesta y con ella toneladas y toneladas de agua. Las magnitudes eran tan grandes que mareaban. Todo un bautismo de fuego que era todo bautismo y nada de fuego. Por no ser ya no era ni gota. Era corriente, era río, era mar, era solo la mar océana. Océano solo, o sea, solo océano.
Un saludo, Domingo.
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